Verdaderamente mis discípulos | David Manzanas y Teresa Sancho

Podcast, narración realizada por los pastores David Manzanas y Teresa Sancho, Iglesia de Cristo, Alicante





Si os mantenéis fieles a mi mensaje, seréis verdaderamente mis discípulos, conoceréis la verdad y la verdad os hará libres.” (Juan 8:31-32)

¿Conocéis el cuento del elefante encadenado? ¿Me dejáis que os lo cuente? Un niño muy inquieto vio con gran ilusión que a su localidad llegaba un gran circo, con grandes camiones y caravanas de todos los colores. Se quedó mirando atentamente cómo los operarios iban descargando las maderas y lonas para levantar la grandiosa carpa donde se desarrollaría el espectáculo. Pero lo que realmente le cautivó fue ver a un enorme elefante que, con su trompa, cogía los pesados mástiles y los trasladaba de un lugar a otro a las órdenes de su adiestrador. Con asombro vio cómo, empujando con su enorme frente, movía un pesado remolque lleno de las gradas donde más tarde se sentarían los espectadores. Después de un duro día de trabajo, el adiestrador del elefante colocó una pequeña cadena a la pata delantera del elefante y la sujetó a una minúscula estaca clavada apenas unos centímetros en la tierra. ¡Y el elefante se quedó inmóvil!
El niño, extrañado, preguntó al adiestrador
—¿Por qué lo atas?
—Para que no se escape, -le contestó.
—¿Es que quiere escaparse? ¿Y por qué no lo hace, si con un simple tirón de su pata se liberaría de esa pequeña cadena? 
—Porque cree que no puede libarse. Cuando apenas había nacido lo trajeron a este circo y le atamos, con esa misma cadena, a una gran estaca. Intentó muchas veces soltar su pata de la atadura, pero le resultó imposible, no tenía la fuerza necesaria. Y así pasaron días y semanas y meses, hasta que se convenció de que era imposible. El elefantito creció, y se convirtió en este fuerte y robusto elefante que ahora sí podría romper esa cadena y otra diez veces más fuerte, pero en su recuerdo está grabado que eso es imposible, y ya no lo intenta.
Cada vez que recuerdo este cuento, miro a mi alrededor y sigo asombrándome de lo parecidos que somos a ese pobre elefante. Somos conscientes de las injusticias de nuestro mundo; nos preocupa el deterioro progresivo e imparable de la naturaleza y el medio ambiente, y sabemos que, en un breve plazo, será muy difícil la vida en muchos lugares del planeta; nos indignamos cuando vemos las cifras de personas que mueren en el Mediterráneo intentando escapar de la guerra y el hambre; nos angustiamos al tener la seguridad de que cuando se llegue a descubrir la vacuna para esta enfermedad del COVID-19 no estará disponible para los países pobres de África o Asia, como no lo están las vacunas para enfermedades que siguen diezmando poblaciones enteras, como la malaria o el ébola. Nos llenamos de indignación al ver los salarios de miseria que se están pagando a empleadas de hogar, a las que ni siquiera se les hace un contrato con un mínimo de garantías sociales (algunas cobran 8€ por una jornada de cinco horas, ¡menos de 2€ la hora!). Un mundo, en definitiva, donde los pobres son cada vez más numerosos y cada vez más pobres, mientras una pequeña minoría es cada vez más y más rica.
Y soñamos con un mundo más justo, donde la felicidad no sea una utopía inalcanzable, ni la justicia una palabra vacía de contenidos, y la solidaridad sea algo más que un eslogan en una manifestación. Un mundo donde sea posible vivir con dignidad, sin las amenazas de guerras o catástrofes. ¿Y por qué no podemos alcanzarlo? Porque creemos que ese mundo es imposible, porque nos pasa lo mismo que al elefante del cuento, creemos que es imposible y ya ni lo intentamos.
Cuando Pedro, el discípulo de Jesús, vio a su maestro caminar sobre las aguas, quiso responder a su llamada, y por unos instantes consiguió lo imposible: él también caminó sobre las aguas. Hasta que recordó que era imposible, tuvo miedo, y se hundió.  Cuando Jesús lo sacó a la superficie le dijo “hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?”
¿Por qué dudamos? Creemos en ese mismo Jesús que llamó a Pedro a caminar sobre las aguas, creemos en el mismo Jesús que dijo “confiad, yo he vencido al mundo.” Creemos en el Jesús que nos dice Si os mantenéis fieles a mi mensaje, seréis verdaderamente mis discípulos, conoceréis la verdad y la verdad os hará libres.” Libres de mentiras, libres de miedos, libres de imposibles. 
Si creemos, confiamos, y si confiamos podemos romper la cadena, y… ¡a trabajar por el mundo nuevo que Jesús nos mostró!, ¡a trabajar por el mundo nuevo al que Él nos llamó! 
Ánimo, que como dijo el poeta, “tot està per fer i tot es posible”, (todo está por hacer y todo es posible.)
Amén.

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