El lugar del silencio - Pastor Víctor Hernández (Podcast con transcripción)

Meditación a cargo del pastor Víctor Hernández, Església Evangélica Betlem, Barcelona


El Lugar del silencio - Víctor Hernández on Vimeo.


El lugar del silencio
Sábado 11 de abril de 2020. Semana santa, en tiempos de la cuarentena del Covid-19
El lugar del silencio bien puede aparecerse un sábado cualquiera. Posiblemente más en estos días de confinamiento, de encierro impuesto por el estado de alarma, que nos deja a solas con nuestros propios ruidos y parloteos. 
El silencio podría tener lugar también un sábado, sobre todo un sábado, puesto que el sábado es el día de reposo, el séptimo día. El shabat, el día de descanso ordenado por una ley superior a nosotros y que, en estos tiempos, casi nadie considera que sea un mandamiento divino, pero ciertamente lo acata en la medida que considera que el fin de semana es un tiempo diferente, o debería serlo.
El silencio podría tener lugar un sábado posterior al Viernes santo, cuando en las casas de los cristianos se ha recordado la crucifixión de Jesús de Nazaret, en el Gólgota. Y si tuviera lugar ese silencio, sería el silencio de una noche que se alarga demasiado, porque se trata de la oscuridad de la muerte que incorpora a todas las muertes: la muerte de Dios.
Cito una bella meditación de Juan Esteban Lodoño[1]:
El descendimiento de Cristo. Los hombres se esfuerzan para bajar con delicadeza, envuelto en una tela blanca, a quien fue la vida. Ese cadáver ahoga mi grito. Transformó el agua en vino, partió panes de la nada y ahora no nos queda más que el milagro de su féretro. Un aguasangre se derrama por sus piernas. Otoño. Invierno. La vida tiene estaciones. Ergo factum fuit silentium [Entonces, se hizo silencio]. Es de ver el rostro de la madre, la mirada perdida de las mujeres, la tristeza en los ojos de los amigos. Silencio del universo con cada muerte sin sentido cuando muere el sentido. Dios ha muerto y el desierto avanza. Dios despojado de Dios. La hora más oscura del universo es cada hora en la que bajamos de la cruz. Somos un ave en caída.
Y Juan Esteban dice más adelante: 
Jesús de Nazaret, voz del acontecer-totalmente-otro, se hizo silencio.
Y yo diría que hoy este Jesús de Nazaret se manifiesta todavía como silencio, como la oquedad que dejan nuestros seres queridos al marcharse, como la sombra de una vieja melancolía heredada de no sabemos dónde, como el dolor de injusticias que no cesan. 
El verbo encarnado es silencio también, es un susurro de silencio que nos llama a quedarnos, a esperar, a sostenernos en su silenciosa fidelidad, en su misteriosa confianza hacia el Dios que llamaba Padre. 
Que nos quedemos aquí, en el lugar del silencio, con Jesús de Nazaret crucificado, en comunión con su silencio, en la espera contra toda espera. Evocando antiguas y asombrosas esperas, como la del viejo Job: 
Yo sé que mi Redentor vive,
Y al fin se levantará sobre el polvo;
Y después de deshecha esta mi piel,
En mi carne he de ver a Dios;
Al cual veré por mí mismo,
Y mis ojos lo verán, y no otro,
Aunque mi corazón desfallece dentro de mí.
(Job 19: 25–27)
Y diga nuestro silencio: Amén.


[1] Cf. “El canto de los crucificados”, enlace: https://teounder.com/2020/04/08/el-canto-de-los-crucificados/  

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